PUNTO III

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3.-¿Cómo caracterizar la crisis de régimen en la actual coyuntura social y política?

 

Ahora o nuncao asaltar los cielosse han mostrado en muy corto plazo como propuestas idealistas. Hay que organizar y movilizar para conseguir que la crisis de régimen llegue a ser global

Si no precisamos bien el concepto de régimen, la apreciación de que existe una crisis de régimen (sin mayor matiz) nos puede llevar a un diagnóstico de la situación profundamente equivocado que esterilice nuestra acción política y el logro de nuestros objetivos.

Para hacer una evaluación más ajustada hay que recurrir, de nuevo, al análisis concreto de la realidad concreta y eso implica tener en cuenta los elementos esenciales que pueden caracterizar el régimen constitucional de 1978.

Es evidente que existe una cierta quiebra del bipartidismo, pero el bipartidismo es sólo un instrumento político del régimen y no el régimen en sí mismo. El bipartidismo dominante en la transición es, a su vez, una consecuencia de la Ley Electoral más que una característica estructural de la representación política española. Otra Ley Electoral que hubiera reconocido una representación más proporcional hubiera tenido como consecuencia un Congreso mucho menos bipartidista y eso no hubiera creado una crisis de régimen. En sentido contrario, conviene no olvidar que una Ley Electoral como la francesa o la del Reino Unido hubiera significado un sistema de representación mayoritario, que podría haber producido una alternancia sin correcciones como ocurre en estos dos países.

La Ley Electoral española generará siempre modelos bipartidistas y por eso, una de las conclusiones del trabajo político de esta Asamblea debe ser la de reforzar la lucha contra esa Ley Electoral, que necesita el correlato de la lucha por la transformación del Congreso de los Diputados para hacer posible una mayor participación. Un Congreso donde candidaturas que han obtenidos el doble de votos que otras no tienen Grupo Parlamentario, mientras lo tienen las menos votadas, constituye una afrenta a la democracia y al sentido común.

Los poderes económicos y políticos reales, nacionales e internacionales, han conseguido resolver, por ahora, de forma satisfactoria para sus intereses la cuestión de la forma de Gobierno, la monarquía, mediante la abdicación del anterior Jefe del Estado. El papel del Rey si es un fundamento del régimen, sobre todo por su condición de Jefe de las Fuerzas Armadas. Pero ese papel no está hoy en crisis y no cuenta enfrente con una oposición popular mayoritaria y suficientemente organizada. Incluso partidos como Podemos no lo consideran como una cuestión prioritaria.

Hay que aceptar que la crisis sistémica del capitalismo, seguramente la más profunda desde la de 1929, que fue la causa final de la II Guerra Mundial, está siendo resuelta de forma favorable a los intereses del gran capital. Por diversas razones, que analizamos en otros apartados de esta ponencia, no hemos sido capaces de enfrentar con éxito la imposición de esa salida.

Tampoco existe una crisis de la hegemonía ideológica y cultural del gran capital. El papel de los medios de comunicación se ha reforzado y las cadenas de televisión juegan una función central en esa hegemonía. La producción cultural crítica con el sistema es muy baja y con pocas repercusiones. Los platós comienzan a aparecer como escenarios de sublimación de la indignación popular y de la movilización en la calle.

Sin embargo, las movilizaciones en las empresas y aquéllas que están vinculadas a la lucha del movimiento obrero están mostrando que son más difíciles de deglutir por los medios de comunicación de masas. Sólo a título de ejemplo porque la realidad es mucho más amplia, podemos citar la lucha de Coca Cola o las movilizaciones por los 8 de Airbús.

Por el contrario, si es real la crisis de la articulación territorial y competencial del Estado. Aunque su planteamiento, hoy por hoy, está lejos de ser hegemonizado por nuestras posiciones.

Como hemos aprobado el 9 de Enero de 2016 en el informe político del Coordinador Federal aprobado por el Consejo Político Federal, analizando los resultados de las elecciones generales “Con estos resultados, el ciclo rupturista sigue abierto. No hay proceso constituyente a corto plazo. El ahora o nunca ha sido una afirmación derrotista porque ahora hay que continuar trabajando para seguir creando conciencia de clase, estar en todas las luchas, en la calle y en las instituciones, en la organización y defensa de la clase trabajadora y la mayoría social en la búsqueda de la sociedad socialista que anhelamos y para que el ciclo rupturista culmine con éxito.”

No podemos olvidar que un proceso constituyente solo puede ser favorable desde una correlación de fuerzas favorable. Lo contrario es idealismo.

La acción política de Izquierda Unida no puede plantearse en el tiempo político actual convertir la crisis de régimen en una crisis de sistema (es decir, situar a la orden del día la construcción del socialismo, en el marco de una situación pre revolucionaria, con una hegemonía social y política para el cambio cualitativo) sino un período de acumulación de fuerzas con ese objetivo. Pero este no puede llevar en ningún caso ni a la melancolía ni a la pasividad. Al contrario, se trata de acumular fuerzas profundizando en la práctica la crisis de régimen hasta hacer de ella una crisis global que plantee la necesidad de un salto cualitativo.

Durante estos últimos meses hemos estado bajo la inercia o impulso de unas políticas basadas en la premisa del “ahora o nunca”, “el tren pasa una vez y no espera” o “la revolución está a la vuelta de la esquina”, sin el menor análisis serio y contrastado de la realidad en que vivimos. Algunos dirigentes y ex dirigentes han confundido sus deseos y la realidad. Lenin señaló hace mucho tiempo que hay cuatro condiciones para una situación revolucionaria:

1) la clase dominante debe estar dividida y en crisis,

  • la pequeña burguesía debería estar vacilando entre la burguesía y la clase obrera,
  • las masas deberían estar dispuestas a luchar y hacer los mayores sacrificios para tomar el poder y 4) un partido y una dirección revolucionaria que esté dispuesta a dirigir a la clase obrera a la conquista del poder. Con la salvedad en el tiempo y, en un contexto totalmente diferente, las condiciones no son pre-revolucionarias.

Sí era, y es, el momento de acumular fuerzas para romper las políticas neoliberales y buscar un periodo de transición hacia otro modelo económico y social diferente al capitalismo. Izquierda Unida cuenta para ello con propuestas programáticas y recursos organizativos (estos últimos desarrollados en otros apartados de este documento).

Entre las propuestas programáticas está toda nuestra alternativa articulada en torno a un Nuevo Modelo Productivo y de Relaciones Laborales, que permita construir un nuevo modelo de país. Lo fundamental de él, a los efectos que aquí valoramos, es que implica la participación de los trabajadores y de sus representantes en el control y planificación de la economía y las grandes empresas, un papel significativo para el sector público, un proceso alternativo de construcción europea y una función prioritaria para la empresa pública y la economía social.

La oferta de una propuesta sólida para las pequeñas y medianas empresas y el nuevo papel de la economía social son elementos estructurantes de cualquier política de alianzas, que sólo puede ser duradera, consistente, alternativa y rupturista si se asienta en los intereses económicos básicos de los sectores implicados. Se trata de quebrar la alianza que existe gran capital y pequeña burguesía para poder avanzar en una política real de mayorías sociales.

Ante ese riesgo, cuya base objetiva son los efectos de la crisis sobre la pequeña burguesía y sectores equivalentes, los grupos dominantes del capital han desplegado una amplia y profunda ofensiva sobre el pacto social y político de 1978, cuya finalidad es terminar eliminando las partes más progresistas del acuerdo constitucional, neutralizar los contrapesos populares o democráticos en los equilibrios del Estado y abrir una redistribución regresiva del poder y la renta, favoreciendo aún más a la minoría dominante. Para ello necesitan poner toda la carne en el asador para evitar la crisis de las instituciones del 78. Cuentan con la pertenencia a la OTAN, a la UE, a la OCDE y a la zona euro, que permite anudar los intereses cruzados del gran capital de manera estable, y garantizar el monopolio de la violencia frente a la organización de la resistencia en favor de otro modelo de sociedad posible.

Por otra parte, la depauperación de las condiciones de vida y trabajo de amplias capas populares genera un nuevo modelo de sociedad temeroso, donde se debilita el papel de los sindicatos y se disloca la capacidad de aglutinar resistencias mediante las reformas laborales..

Del mismo modo, asistimos a un cuestionamiento de la representación política, de su banalización y teatralización. A pesar de la existencia de una situación de crisis social, con millones de parados, desahucios, precariedad, etc., no se manifiesta con fuerza la necesidad de una ruptura social y económica, que ponga en evidencia que no se pueden garantizar los derechos sociales, económicos, y laborales sin cambiar el sistema económico y que, por lo tanto, no puede haber paz social ni estabilidad política sin poner la economía al servicio de la solución de los problemas de la mayoría social, es decir, sin confrontar con el capitalismo.

Con ello, se pretende cambiar el “protocolo de la movilización” por el “protocolo del consenso”, incluso apelando al modelo de la transición, como si las circunstanciales sociales y políticas fueran las mismas. En lugar de aspirar a la restitución de los derechos perdidos y las salvaguardas arrebatadas se pretende que se “negocien” los siguientes retrocesos en materia de derechos económicos, sociales y culturales. Se modifica así la velocidad de los cambios (siempre limitados y controlados) y se altera el tiempo en que estos se producen, obteniéndose un espacio de confort y tranquilidad para las élites que de esta forma retoman la iniciativa a la hora de diseñar un modelo de país acorde con sus intereses en lugar de responder a las necesidades de la mayoría. En todo ello debemos tener muy presente la dialéctica movilización/negociación que existe de hecho en todo conflicto.

Es necesario el análisis adecuado de la capacidad cualitativa para provocar el cambio, de las alianzas viables para catalizarlo, y de la acumulación de objetividades que permitan ofrecer al país real (distinto del país oficial) una herramienta política sólida capaz de recuperar las instituciones y su soberanía. Una herramienta política que aspire, reducir y acotar el terreno de juego de las élites y que sea capaz de ahormar una voluntad general nueva para un nuevo acuerdo de sociedad y de país –un nuevo país-, más democrático, superador de las desigualdades y socialmente justo.