PUNTO II

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2.- ¿Qué diagnóstico se realiza sobre las consecuencias del conflicto capital-trabajo en la clase trabajadora y en las clases populares, de la crisis en términos económicos,  sociales, culturales, y políticos?

La nueva precariedad refuerza el papel de la clase trabajadora como sujeto del cambio

La existencia del conflicto capital-trabajo es determinante. Esa contradicción, que algunos pretenden superar sobre la base de una terminología ambigua como es la del ciudadanismo y la llamada transversalidad, para seguir de este modo permitiendo la acumulación del capital sin señalar las contradicciones y su efecto último, la injusticia, desigualdad y la alienación, tan útiles para la supervivencia del sistema capitalista.

El capitalismo tiene contradicciones “fundamentales”, porque el capital simplemente no podría existir ni funcionar sin ellas (capital y trabajo, apropiación privada y riqueza común, etc…); y genera contradicciones “secundarias”, que evolucionan de manera diferente (tecnología, trabajo y disponibilidad humana; divisiones del trabajo, monopolio y competencia; desarrollos geográficos desiguales, etc..) y contradicciones ”peligrosas” o “fatales” (crecimiento exponencial y acumulativo sin fin, la relación del capital con la naturaleza, la alienación universal, etc.).

Las contradicciones fundamentales son aquéllas cuya superación genera la desaparición de los elementos que eran contradictorios. Por ejemplo la contradicción de clase. Cuando se supera la propiedad privada de los medios de producción, desaparecen el explotador y el explotado.

Esa contradicción fundamental del capitalismo sigue vigente, y la clase trabajadora es el sujeto del cambio del sistema capitalista. Pero, ¿cuál es la situación de la clase trabajadora actualmente en España? El aumento de la precariedad laboral, la temporalidad y el paro, y la falta de derechos son las características básicas del modelo actual de relaciones laborales: 22,8 millones de activos, 18 millones de ocupados, 4,7 millones de desocupados y cerca de 15 millones de asalariados con contrato, de los cuales sólo unos 11, millones tienen contrato indefinido y 3,8 millones con contrato temporal, con un aumento significativo del contrato a tiempo parcial . La gravedad de estos datos refuerza la idea de que el capitalismo ya no puede aportar avances sociales. Esos rasgos son funcionales para su supervivencia; su agudización resulta necesaria.

Esos datos coinciden con la fragmentación de la clase, a partir de la división del mercado de trabajo en dos segmentos principales: el de trabajadores regulados y con derechos (aunque sean los limitados de una sociedad capitalista) y el de trabajadores desregulados y sin derechos y los desempleados intermitentes.

Esto puede generar a veces percepciones de contradicción entre los propios trabajadores, de forma que los precarios consideran a quienes no lo son tanto como privilegiados y, en cierta medida, adversarios. A ello han contribuido errores cometidos en la negociación colectiva, pactando peores condiciones para los recién contratados.

La diversidad interna de la clase obrera actual, acentuada por la diferencia entre el sistema de producción fordista y el postfordista, no menoscaba que la explotación de los trabajadores y trabajadoras por los capitalistas sigue siendo, hoy como ayer, la esencia misma del modo de producción capitalista. Si ampliamos nuestro análisis a períodos más largos de la Historia, podemos fijarnos en la situación de la clase obrera española en el entorno del período de la II República (en momentos en que la crisis del 29 mostraba también sus graves consecuencias) y deducir que esas diferencias no impiden el papel histórico de los trabajadores, aunque lo condicionen. Era menos numerosa (con una enorme presencia de los jornaleros agrarios), más precaria (fue la República quien legisló sobre el contrato de trabajo y los jurados mixtos), menos culta, con empresas en términos generales más pequeñas, y con una menor participación de la mujer en la actividad productiva. Sin embargo, había una afiliación sindical relativamente más alta que la actual. Esa clase obrera fue capaz de lograr la victoria electoral del Frente Popular y resistió a la sublevación de la mayor parte del Ejército durante tres años.

La evolución de la clase obrera actual tiene que tener en cuenta tanto la fragmentación de las condiciones laborales como la fragmentación de lugar de trabajo (con la externalización de actividades) y, al mismo tiempo, su concentración en otros aspectos. Hoy hay más grandes empresas y una modificación importante de ciertos sectores (un gran hospital o un centro universitario representan concentraciones importantes de personas que se ven obligadas a vender su fuerza de trabajo y no tienen un control determinante sobre los medios de producción). Tenemos que revisar el concepto de clase trabajadora para ajustar nuestras alternativas.

La izquierda, teniendo en cuenta esa fragmentación multifacética, debe reconstruir la conciencia de clase con el objetivo de poder unir la clase para transformar su situación y la del sistema en su conjunto. Pero hay que tener en cuenta lo que manifiesta Daniel Lacalle:”La conciencia de clase tiene, a su vez, gradaciones que es necesario reconocer, para no caer ni en el instrumentalismo ni en la utopía. Existe una primera conciencia, la de la existencia de desigualdades, una segunda, la conciencia de disparidad de intereses para solucionar esas desigualdades, la tercera, la conciencia de explotación, en el sentido de que unos grupos se apoderan, sin contraprestación, del producto del trabajo de otros, y la cuarta que sería la conciencia de que esas situaciones no son naturales, sino construcciones sociales, y por lo tanto que, como grupo social, la clase trabajadora debe y puede ser capaz de erradicarlas.”

Todas estas contradicciones delimitan un campo político en el que se puede definir una alternativa al mundo creado por el capital. Por lo tanto, Izquierda Unida debe elaborar colectivamente propuestas para avanzar en la conciencia de clase y en la unidad de la lucha de los asalariados. Para ello, el trabajo ideológico es fundamental y precisa la colaboración de los partidos que se integran en IU.

Otro aspecto de importancia política es, siguiendo el análisis de Marx, la evolución de la pequeña burguesía en el marco de la agudización de la crisis del capitalismo. El proceso de lo que él llamó “proletarización” de estos sectores ha sido poco analizado en España. Sectores de origen pequeño burgués que se sublevan ante su asalarización precaria real cuando aspiraban a ser “gestores” del capitalismo, tanto en cuerpos de élite de la Administración, como en la Universidad o la industria cultural y la producción de ideología.

Todo ello revela un relato lejano del ciudadanismo, invasión ideológica esta última que sólo puede explicarse con un análisis superficial, escasamente marxista y más próximo del funcionalismo sociológico que de la dialéctica.

No hay un nuevo sujeto político, sino un sujeto de clase mucho más complejo (y también rico de posibilidades) que requiere para su mejor análisis una atención exenta de pereza intelectual.

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